Siempre me ha sucedido así, llega un momento en que cual descubro nada late en mí. Me temo entonces, estar viviendo un sopor despreciable que se asemeja a la vida, pero sin realmente estarlo. Y ello, me desespera.
Entonces recorro mí memoria, y presento respetos ante antiguas inclinaciones, de las cuales guardo recuerdos pero no los suficientes, por ellos haber sido existentes en un minuto de irracionalidad.
Vislumbro mis pisadas y nada veo, el entorno se me hace acusador, nada allí me retiene y a la vez, siento el cuerpo quemar, como si una fuerza mayor quisiese hacerse notar. Es un volcán. Son sensaciones, y muchas de ellas, me temo no quiero descubrir ante los demás.
Con esa misma sensación, fue que alguna vez, dañé de mí lo posible, tratando de distintas formas, dar salida a todo ese tumulto de emociones que amenazaba mí convivencia diaria, convirtiéndome en un monstruo a la mirada de quienes me son cercanos.
Llegado el momento, descubierto lo interno e imposible de acallarlo tuve que buscar formas algo innecesarias, algunas ortodoxas y otras tantas, un tanto literales de dar hueco de escape para todo ese sentir.
Fue en un instante dado el cual descubrí, que necesitaba sentir en exceso para poder calmarme. Extrañamente fue la sensación de un dolor que casi no se percibía la cual lentamente, me fue sacando de mí sopor, hasta que, despertando del letargo sufrido por la anestesia auto impuesta a mis emociones, me digné a notar, que el ardor era fuerte, que el dolor no era efímero, y dejaba huellas.
No me enorgullezco de ello, pero debo decirlo. Extraño la sensación.
Corto punzante, intensa; dulce dolor… que me recordaba, tenía algo de poder en mí vida.
Hoy, nuevamente, me siento marioneta de las circunstancias, sin poder ni reino sobre nada en mí. Ni siquiera siento que este cuerpo me sea propio, no responde a mis intentos, se aleja cada vez más.
Pero no puedo caer en lo mismo, no esta vez.
Sólo me queda buscar un reemplazo que traiga a mí la misma tranquilidad, el respiro de sentirme dueña de mí. Y que no sea la seductiva y fría hoja, ni el sabor metálico, ni el latir potente de saberse distante, casi volátil. Incorpórea, pero viva.
Porque mientras se elevaba todo en sí, y el silencio reinaba, aquel único sonido que acompasaba ese viaje sideral, era el de los acompasados latidos del centro. Un centro que te llamaba de manera fascinante, invitándote a dormir al compás de su dulce canción. Con la sensación líquida recorriendo tus sentidos, y la calidez acicalando tus heridas, sedativo, atenuante, tranquilizante… somnolencia que lentamente acaricia tus sentidos, hasta llevarte a la inconsciencia.
Y cual droga, te lleva al lugar más alejado del cosmos, allí donde puedes gritarlo todo, hasta lo más duro, lo más doloroso. Allí, donde puedes desangrarte tranquilamente, y tú corazón puede derramar hasta la última rojiza lagrima y es destilada cada gota de perversa ponzoña que enfermaba tu ser. Allí, donde los sentidos desaparecen, y sientes más que nunca, donde sólo pasas a ser “un ser de nada”, cuya calma es absoluta y pura es su esencia.
Para luego despertar, volver a la realidad… que no te agrada, que te agobia, pero a la cual regresas con fuerzas renovadas, tras verter todo el veneno que recorría tus venas.
Y te ubicas en ese mundo, donde te esperan.
Para nuevamente, absorberte hasta el alma, incluso dejarte sin nada, sola, marchita e inocua.
Y expectante estas, de descubrir una nueva forma para retornar a aquel sitio ancestral y únicamente tuyo. Allí, donde todo se te permite, donde logras una soledad deseada para dar rienda suelta al todo que te agobia sin tener remordimientos y temores, sin el miedo de herir con lacerantes palabras a terceros cuando delates aquello que te come, que te mata en vida, que te hace sentir nada, hasta volverte un recipiente, vació, sin brío.
Y tú, necesitas abrigar algo. Aunque ese algo, sea el estar muriendo.
Necesitas recordar que sientes, para así demostrarte que aún estás viviendo, aunque ello hace mucho haya dejado de tener sentido para ti.
Únicamente ruegas, por un préstamo de anhelo, que te permita seguir con una vida que no deseas, pero que has prometido resguardar y preservar, mientras exista alguien, que aún necesite de ti.
Y es por eso que sigo, pues sé que aún, necesitas de mí.
Pero, ¿qué pasará conmigo, cuándo ya no sea así?
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